Dos de los paisajes y lugares que retrata la novela en toda su crudeza y esperanza son el campo de refugiados d’Argelès y la Maternidad de Elna.
El primero por ser uno de los campos de concentración donde fueron recluidos miles de combatientes y civiles republicanos. Sin comida, sin medicamentos, sin agua potable y casi sin esperanza el éxodo republicano fue «acogido» en esos miserables campos por el Gobierno francés, más que como amigo como refugiados indeseables. El segundo porque fue el lugar donde las madres republicanas en aquel exilio pudieron parir y criar a sus hijos en libertad.
Kalimago Films ha convertido esas visicitudes en una película de 56′ de duración de la mano de Felip Solé, titulada « Camp d’Argelès », un film sur la dignité humaine …
Eso es lo que trata de contar la cinta, una historia sobre la dignidad humana que va desde el internamiento en el campo d’Argeles hasta el «milagro» de la Maternidad de Elna, donde acogieron a docenas de niños españoles – más tarde también judíos – y les dieron el cariño y la dignidad que merecían. Sobre todo, les permitieron nacer en libertad.
La presentación, actores, intención, los realizadores junto con fotografías del rodaje y el trailer de la película lo podéis encontrar en Camp d’Argelés
Si queréis ver la película entera:
Si queréis saber más sobre el Campo podéis leerlo en mi novela. Aunque os adelanto una parte del texto:
Argelès-sur-Mer, 1939
Nada hay más triste que la derrota. Sobre todo porque uno sabe que su historia la van a escribir los vencedores. Pero lo peor de la capitulación es la cautividad. Cuando se lucha, sea en la guerra o en la vida, siempre queda la esperanza o el orgullo de intentar evitar la rendición. Sin embargo, cuando ya vencidos, se nos impone el destierro o la reclusión, es un peso demasiado duro de llevar.
Así pensaban los miles de expatriados republicanos cuando la gendarmería francesa y los soldados coloniales los repartían entre distintos campos de internamiento. El de Argelès era uno de ellos. Estaba situado en las playas del pueblo francés de Argelès-sur-Mer, en los Pirineos Orientales en la región de Languedoc- Rosellón; tierras arrebatadas a la corona de Aragón por una cruzada contra los cátaros, promovida por el Papa Inocencio III, nada inocente, y sustentada militarmente por los reyes franceses de la dinastía de los Capetos, un linaje de muchas fábulas y patrañas.
Al de Argelès fueron a dar con sus huesos Hugo y Pietro. Los prisioneros se hacinaban sobre la playa y todo su perímetro estaba cercado con alambre de espino. Marroquíes y senegaleses vigilaban para que nadie escapara de aquel reducto de arena e injusticia. El lugar era infernal. No había barracones ni letrinas, tampoco electricidad ni por supuesto enfermería. Un capitán francés, responsable del campo, le comunicó a Hugo que podría solicitar ir a cualquier parte de Francia si le reclamaban, sus galones de mayor del ejército español le conferían esa prioridad. Hugo tenía amigos en París y en Lyon, a pesar de todo y ante las terribles condiciones de los concentrados, le parecía una cobardía abandonar a Pietro, a sus hombres, y aquellas gentes cuyo único delito había sido ser fieles a la República.
Junto con otros oficiales decidieron organizar aquel caótico lugar. Solicitaron que los enfermos y heridos graves fuesen trasladados a hospitales. Poco a poco fueron levantando barracones de madera y de lona, se inventaron cocinas y se construyeron letrinas excavadas en la arena. Intentaron organizar el reparto de los escasos alimentos que recibían de los franceses y de la Cruz Roja. Sin embargo, los suministros eran insuficientes y el agua tan escasa que había que recogerla salubre de los hoyos practicados en la arena. El hambre, el frío y la muerte, como jinetes del Apocalipsis, cabalgaban por aquella playa y la disentería y la sarna fueron apareciendo entre los concentrados. Se destinaron varias tiendas para dispensarios y una como hospital, pero al margen de aspirinas y vendas, carecían de lo más elemental.
Las noches eran húmedas, iluminadas por fogatas que trataban de paliar el aire gélido del mar hasta que la rosada matutina apagaba los últimos rescoldos de las brasas. Decían los prisioneros: “Por colchón la arena húmeda y por manta el cielo estrellado”. Los abusos por parte de los guardianes eran constantes y no únicamente por los vigilantes senegaleses, los suboficiales y oficiales franceses trataban de sacar todo el provecho posible de aquel estado de cosas. Las mujeres eran espiadas y asediadas y los hombres golpeados a la menor oportunidad. Los que se resistían o protestaban demasiado eran llevado a campos de castigo ¡como si no fuese suficiente condena estar allí!
A pesar de tantas carencias, se organizaron tareas que distrajeran a los allí concentrados. Construyeron los «barracones de cultura», unos cobertizos donde se realizaban actividades lúdicas y culturales, sin apenas nada, tan solo con el sentimiento de compartir con los camaradas de infortunio. Tenían la extraña sensación de sentirse liberados al no poseer nada, salvo la vida. Un grupo de jóvenes editaba una pequeña publicación que titularon El Boletín de los Estudiantes, la escribían sentados en la arena, aprovechando la luz solar y la inspiración marina.
Los niños eran los que más sufrían, sobre todo los recién nacidos. En medio de aquel solar de arena, sin apenas alimentos ni la más mínima atención pediátrica, sus expectativas de vivir se reducían cada maldito atardecer. Hugo trataba de obtener toda la ayuda posible, si bien eran tratados más como prisioneros peligrosos que como refugiados. Una mañana varios camiones se llevaron a las mujeres y a los niños pequeños a otros campos, para desesperación de padres y maridos. De nada sirvieron las protestas. Hugo, con la excusa de buscar un fiador, consiguió que le permitieran llamar a Capa. “Debes venir a ver lo que aquí sucede Endre”, le dijo. El fotógrafo apareció a mediados de marzo. No podía creer lo que presenciaba.
- No puede ser, Hugo, parece mentira que Francia se porte así.
- Ya ves, Endre. Esto supera a todo lo que podíamos esperar.
- He de llevarte conmigo, y a Pietro también.
- ¿Y dejar a toda esta gente abandonada? No Endre, no tengo valor. Aguantaré.
Capa hizo lo que mejor sabía hacer. Fotografió todo aquel horror y aquella vergüenza. Cuando se despidió de sus amigos insistió en reclamarles para que fuesen enviados a París.
- Espera un tiempo, Endre. Quiero hacer todo lo que pueda. Te llamaré.
Las noticias del infame recibimiento a los refugiados españoles llenaron las páginas de los periódicos de los países democráticos y las fotos de Capa habían contribuido a ello. Los oficiales franceses de los campos de refugiados iniciaron acciones de propaganda con la intención de reclutar voluntarios para servir en la Legión Extranjera. Algunos miles de republicanos aceptaron este camino como la única solución para abandonar los internamientos…
Si queréis saber todo sobre la maternidad y su fundadora Elisabeth Eindenbenz seguid el enlace:
La maternidad de Elna y Elisabeth Eindenbenz
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