El desembarco de Normandía en Pingüinos en París.

Hoy, 6 de junio, es el aniversario del desembarco militar más impresionante que vieron los siglos. Fue el famoso Día D.

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Photographer’s Mate (CPHoM) Robert F. Sargent. Desembarco de la Compañía E en Omaha Beach.

En «Pingüinos en París (Bajo dos tricolores)» se relata este batalla que cambiaría el curso de la guerra.

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Plan de asalto del día 5 de junio.

Paracaidistas británicos de la 6.ª División Aerotransportada recibiendo instrucciones en vísperas de la invasión. Foto de: Malindine, E G (Capt), War Office.

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El general  Eisenhower departiendo con los paracaidistas de la  Compañía E, 502D. que van a lanzarse sobre el continente.

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Subiendo a los planeadores

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Soldados norteamericanos preparándose para embarcar en WEYMOUTH, Reino Unido Foto: Robert Cappa.

 Bajo la sombra de Nothe Fort en Weymouth, docenas de buques esperaban una orden que ya se retrasaba veinticuatro horas. El cielo permanecía todavía cerrado y las luces de Selene se reflejaban prudentes sobre los cientos de globos que protegían el puerto. En la cubierta de los buques de transporte, miles de hombres eran informados una y otra vez sobre su misión. El U.S.S. Chase no era una excepción. Sobre maquetas de plástico los suboficiales explicaban a las tropas el paisaje que se encontrarían al poner el pie en Omaha Beach, un nombre en clave para designar un par de playas en la costa de Normandía. En el interior del buque se podía ver pintados en una pared los nombres de los buques, el de los ocho sectores de desembarco en Omaha y los asignados a cada unidad militar con nombres tan peculiares como Dog Green, Dog White, Easy Green o Easy Red. La zona de desembarco que correspondía al 16ª regimiento de infantería al mando del coronel Taylor estaba bien delimitada por acantilados en ambos lados y sobre la línea de mareas poseía un banco de dos metros de altura con una anchura que alcanzaba los catorce en algún punto. Una ratonera de roca normanda bajo la apariencia de una playa de inocentes arenas. El Chase era uno de los buques nodriza de la flota. Iba cargado hasta los topes de barcazas de desembarco para ser lanzadas, repletas de soldados, a diez millas náuticas de la costa. Capa era uno de los componentes de la compañía “E” del segundo regimiento, una de las primeras elegidas para pisar tierra francesa. “Todo un privilegio”, pensaba el fotógrafo. Los mandos aseguraban sin pudor que, primero las baterías de los destructores y luego la aviación, dejarían la playa sin apenas defensas, aunque tal vez quedaría resistencia en los empinados acantilados que se elevaban entre 30 y 50 metros y que dominaban toda la playa. No obstante, las tropas se habían preparado para la conquista rápida de esas alturas, o eso creyeron. Cuando se dio el aviso de partida, los embarcados no fueron conscientes de que empezaba el día “D”, hasta que vieron empequeñecerse la costa inglesa. No era ningún simulacro.

Fragmento de Pingüinos en París.

Las defensas de las playas en Normandía. Bundesarchiv, Bild 101I-719-0240-05 / Jesse / CC-BY-SA 3.0

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National Archives USA

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historiayguerra.net/2014/05/23/la-batalla-de-normandia-1944 Plano del desembarco.

Map of the Normandy invasion with allied forces. Image: Originally published in Time Magazine.

Bombardeos previos al desembarco.

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Soldado paracaidista  de la 101 contemplando a la aviación aliada.

La 101ª aereotrasportada en acción

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Cientos de planeadores y miles de paracaidistas en la retaguardia alemana.

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Los alemanes observando el despliegue aéreo aliado.

Los hombres comenzaron a escribir cartas a sus familias, hasta entonces existía la esperanza de un nuevo retraso o un cambio de estrategia; ahora tenían la certeza de que pronto hollarían aquellas playas, maquetadas en plástico, de verdad. Algunos empezaron a rezar, otros quedaron en silencio meditando su destino; muchos sacaron
los naipes y empezaron una partida de olvidos y quitamiedos.
Sobre las dos de la madrugada les anunciaron la cercanía de la costa. Los rostros se tornaron adustos y nadie quiso continuar con la partida. El barco comenzó a oler a refrito, a tortitas y a café. Los comedores se llenaron de soldados y los platos quedaron casi sin tocar, los huevos revueltos fueron más revueltos todavía, aunque no degustados. ¿Quién desayunaba tranquilamente sabiendo la inminencia
del asalto? A las cuatro fueron concentrados en la cubierta superior, dos mil hombres se aprestaron para subir a las barcazas de desembarco. Capa apareció con un Burberrys doblado sobre el brazo. Sabía que tendría que saltar al agua y pensaba no mojarse demasiado protegiendo las cámaras bajo el elegante impermeable. El silencio era impresionante, solamente se escuchaba el chirriar de las grúas a la espera de bajar las lanchas. Todavía estaba oscuro y la negrura de imposibles sombras apagaba todavía más los rostros camuflados bajo los cascos de acero. El miedo barría toda la cubierta mientras, a los pocos que habían desayunado, su esófago les devolvía el regusto de los alimentos.
Desde las seis menos cuarto de la mañana los buques de la Armada, y posteriormente la aviación norteamericanas, bombardearon las defensas costeras alemanas con ahínco. Sin embargo, los puestos de combate alemanes recibieron escaso castigo. Frente a la playa de Easy Red, los hombres de los nidos de resistencia WN esperaban dentro de los búnkeres, casamatas y fortines, dispuestos a repeler a los infantes norteamericanos en cuanto desembarcasen. El WN62 era solo uno de los quince puntos de defensa a lo largo de Omaha Beach, estaba situado en Coleville-sur-Mer a tan solo veinticinco metros de la arena con una amplia visión de toda la laya, rodeado por alambre de púas y una fosa antitanque. La línea de fuego del WN62 era tan extensa como lo brazos de la Parca. Los treinta hombres que defendían la posición atenazaron sus índices sobre los gatillos de sus armas, los servidores de las dos ametralladoras MG 42 se prepararon y los artilleros cargaron los dos cañones de 75mm., los morteros de 50mm. y el cañón antitanque. El teniente  Frerking se dirigió a sus hombres y les pidió valor y tranquilidad y a que el enemigo estuviese con el agua hasta las rodillas y con poca maniobra para defenderse, antes de empezar a disparar. Durante unos minutos se hizo una tensa calma.

Fragmento de Pingüinos en París.

Lancha aproximándose a Omaha.Conseil Régional de Basse-Normandie / National Archives USAhttp://www.archivesnormandie39-45.org/specificPhoto.php?ref=p012547

Los de la primera oleada abordaron sus barcazas que la grúa había posicionado lentamente sobre el mar. Un primer rayo de sol se estrelló contra ellas dándoles un aura rojizo de advertencia. Las olas de un mar altanero y violento se proyectaron contra los botes empapando a los infantes que se acomodaron fijando la vista en la rampa delantera. Aquel era su puente a los infiernos. Una tras otra, las barcazas fueron depositadas sobre el agua como barquitos de papel sobre una torrentera. Algunos hombres sacaron las bolsas preparadas para el caso y vomitaron dentro de ellas el resto del desayuno o la bilis de la nada. Un primer zambombazo anunció que estaban cerca. Los alemanes hacia ya horas que les esperaban. Todo el horizonte visible estaba cubierto de cientos de navíos de guerra y transporte de los que surgían miles de embarcaciones camino de la playa. Las defensas se mantenían prácticamente enteras y los de la Wehrmacht habían tenido tiempo de prepararse. Las ametralladoras aparecieron entre las hendiduras de los búnker, fijando su puntería con toda la antelación del tiempo que tarda un hombre cargado de armas y pertrechos, con el agua hasta la cintura, avanzar cincuenta o cien metros esquivando obstáculos hasta llegar a la playa. Omaha estaba sembrada de “puertas belgas”, un obstáculo semisumergido cuya finalidad era impedir el desembarco de tropas y vehículos, y a los que se habían adosado minas terrestres y minas antitanques. También de rampas con explosivos para hacer estallar las embarcaciones que se acercaran a la playa y una última línea en el mar de erizos checos, artilugios de hierro clavado en el fondo arenoso para entorpecer el avance de vehículos. Ya en la costa, los widerstandsnester, casamatas de resistencia intercomunicadas por túneles, esperaban plagadas de alemanes, de alambres de espino, de zonas minadas, de artillería pesada, de nidos de ametralladora. También artillería ligera y un millar de soldados de la 352, que los servicios de información situaban en el interior en Saint-Lô, pero que Rommel había enviado a reforzar la zona costera.

Fragmento de Pingüinos en París.

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Foto de Robert Capa

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Foto de Robert Capa   Apartamento de Capa en París

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Lancha norteamerican en llamas. Foto (AP)

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Conseil Régional de Basse-Normandie / National Archives USAhttp://www.archivesnormandie39-45.org/specificPhoto.php?ref=p012547

Cuando los primeros que desembarcaron en la playa de Easy Red estuvieron a ciento cincuenta metros de alcanzar la orilla, el teniente alemán dio la orden de fuego. El primero en hacerlo fue el cabo Heinrich Severloh  de la 352ª División, su MG 42 alcanzó a un atacante norteamericano que estaba llegando a la arena, su casco voló hacia atrás, mientras el proyectil le alcanzaba en la frente y se desplomaba sobre el sábulo. El terrible fuego de los defensores del WN62 barrió a los soldados que trataban de alcanzar una posición resguardada. Pasaban algunos minutos de la seis y media de la mañana.

Fragmento de Pingüinos en París.

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Nido alemán en Normandía

Ametralladora alemana defendiendo Normandía.

Robert Capa y parte de la compañía “E” se aproximaban a la playa cuando se cruzaron con una barcaza que regresaba al Chase, el piloto les hizo un inconfundible aspaviento de que aquello no era un paseo y luego, como gesto de ánimo, levantó los dedos en
señal de victoria. La lancha con sus treinta y dos pasajeros amerizó cerca de las siete de la mañana en el fondo arenoso y la compuerta descendió con un golpe sordo sobre el agua cuyo efecto salpicó a todos. La playa de Easy Red, nombre clave de aquel sector de Omaha, no tenía nada de fácil y sí mucho de rojo. Las ametralladoras alemanas tabletearon furiosas contra los de la “E”. Capa se detuvo sobre la plancha de acero de la rampa y empezó a fotografiar. El piloto, deseoso de salir de aquel infierno de humo y fuego, le espetó: “Vienes o te quedas”. Robert Capa vaciló como nunca lo había hecho, entonces el marino se acercó y le propinó una patada en el trasero. Notó el impacto caliente de la bota y el contacto frío del agua. La orilla quedaba a unos cien metros, las balas golpeaban el agua y se hundían en busca de blanco formando siluetas sinuosas al atravesar las olas. Aquello le llevó al paroxismo. Se cobijó detrás de uno de los erizos checos. Superó su miedo e hizo más fotos a pesar de la poca luz y de las columnas de humo. Todo era un caos, los infantes permanecían aplastados contra el sábulo, algunos muertos o heridos; otros, atemorizados. Terminó el primer rollo de la Contax,
estaba entumecido, las manos le temblaban, la ropa mojada le helaba las piernas; recordó que había abandonado su flamante Burberrys en la barcaza. Cambió de refugio y se parapetó detrás de un vehículo anfibio al que las llamas habían consumido y puso nueva película.
En las playas muchas compañías habían sido mermadas y otras permanecían desperdigadas sin saber qué hacer. Los carros de combate desembarcados también sufrían fuertes pérdidas. Las barcazas hundidas parecían bañeras metálicas pudriéndose al sol. Los cuerpos sin vida flotaban en la mar con la cara vuelta hacia el fondo marino por el peso de los equipos y los supervivientes se amontonaban al abrigo de los acantilados a la espera de un milagro. Los zapadores trataban de hacer volar los obstáculos aun a costa de ser ellos los abatidos. Capa bebió un trago de la petaca que guardaba en el bolsillo trasero del pantalón y le ofreció a un compañero de parapeto adivinado sus palabras de agradecimiento apagadas por las explosiones; unos metros más allá los médicos atendían a las víctimas y un cura católico daba la extremaunción a los muertos, desafiando todos los peligros como si tuviese un pacto con el Todopoderoso;
la Contax del fotógrafo seguía disparando y también los alemanes. El cabo Heinrich Severloh, desde el Widerstandnest 62 dejaba que se enfriara el cañón de su ametralladora sin dejar de disparar con un fusil Mauser.  

Fragmento de Pingüinos en París.

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Impresionante secuencia de fotos de Robert Capa. Salvo la última que es un fotograma de «Salvar al soldado Ryan», pero que sirve como homenaje àra aquellos hombres del Día D.

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Defensores alemanes en Pont-du-Hoc

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Defensas alemanas en la zona interior de Omaha

Canadienses desembarcando.Image: PO Dennis Sullivan / Canadian Department of National Defense / Library and Archives Canada / PA-132790.

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Plasma en la arena. Foto: Imperial War Museums

Arribó a la playa una embarcación de los servicios médicos, de ella bajaron nuevos sanitarios y enfermeros que empezaron a llevarse heridos al barco. Una explosión cayó cerca de la nave, una gran columna de agua se levantó para volver a incorporarse al flujo marino formando círculos concéntricos. Robert sintió un miedo insuperable y corrió hacia la barcaza que iniciaba su derrota hacia el buque nodriza, tomó la última foto de aquel día desde la cubierta de la nave salvadora. La silueta del Chase se recortó en el horizonte. Hacía tan solo seis horas que partiera del buque y un mundo de sensaciones habían transcurrido en el espacio de tiempo que dura una excursión campestre. Al llegar a la nave se cruzó con la última oleada de infantería de la 16 que embarcaba en ese momento; la cubierta del buque estaba ya llena de heridos, barrida de lamentos, de sollozos y de bolsas blancas con los restos de lo que apenas horas antes habían sido jóvenes cargados de vida y de esperanza. Del bolsillo de uno de ellos que estaba siendo embolsado asomaba un juego de naipes. El muchacho había perdido su partida más importante.

Fragmento de Pingüinos en París.

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Médicos

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El consuelo del cielo. Foto: Robert Capa

Primeras posiciones en la playa de Utah.rmy Signal Corps. Post-work: User:W.wolnyUS Navy Photo #: SC 190062

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La cabeza de playa de Omaha

6 de julio

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Las cabezas de playa fueron consolidándose.

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Con un terrible costo en vidas humanas. Robert Capa, fumando, observa los cadáveres. Foto de Robert Sargent

Prisioneros alemanes. Foto Robert Capa.

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Prisioneros alemanes conducidos por soldados británicos en Sword Beach

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Las baterías y las defensas alemanas destruidas. Los Rangers en Pont-du-Hoc

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Prisioneros alemanes heridos.

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Robert Capa

Para saber más: Apartamento de Capa en París- fotos de: Ana Elisa Martínez

Capa en Pingüinos en París I  Capa en Pingüinos en París II

Personajes de la novela

Un gran reportaje de la batalla.

Normandía 70 años después

La canción del Día más largo

El día más largo por los cadetes de West Point. Muy curioso de verlo y precioso de oírlo, gran coro,

Versión de Paul Anka

Por Dalila

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Feria del Libro de Zaragoza 2017 y presentación en el Ayuntamiento de Pingüinos en París.

Ayer terminaba La Feria del Libro de Zaragoza 2017 en la que «Pingüinos en París» no solo estuvo presente sino que triunfó por todo lo alto. Y todo gracias a los apasionados lectoras y lectores.

Ana Elisa en la caseta de la Editorial Comuniter.

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Con el Bonete de la División Leclrec en la caseta de Editorial Comuniter

Firmándole la novela al presidente de la Comunidad Aragonesa, Javier Lambán.

Acompañando y aconsejando a mi presidente y amigo.


En la presentación de la novela en el Salón de Recepciones del Ayuntamiento de Zaragoza, flanqueado por mi editor Manuel Baile – a la derecha de la imagen – y por Juan Soro, compañero editorial. En primera línea el casco de acero de la infantería americana – original – que mi amigo Jaime nos prestó.

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Con mi compañero y luchador incansable de la editorial, Paco Nevado. Gracias por todo lo que te incordio, amigo.

Tuve le honor de presentar a la gran escritora Luz Gabás y a su nueva novela: «Como fuego en el hielo»

Feria del libro 023

También al poeta, ensayista y repentista cubano Alexís Pimienta, al que presenté en La Cartuja. Un gran tipo y mejor amigo.

Dos aspectos de lo que fue la Feria. Gran afluencia de público cuando el tiempo y una nostálgica desolación cuando la lluvia acudió para socorrer al sediento Ebro.

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18835595_1892899884069067_8849365463528865979_n Explicando a los niños las heroicidades de La Nueve.

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Leer ayuda a crecer.

Con otros compañeros en la caseta.

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Ana Elisa, defendiendo la posición.

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Hasta el año que viene. ¡Viva La Nueve!