Sobre Luz Long

El atleta alemán Luz Long es conocido, además de por su trayectoria atlética, por su espíritu olímpico. En las olimpiadas de Belín de 1936, en las que obtuvo la medalla de plata en salto de longitud, aconsejó al norteamericano Jesse Owens, su principal rival, como debía saltar porque sus primeros saltos fueron fallidos, lo que a postre dio el triunfo al atleta de Alabama, gracias al consejo técnico de su oponente Luz Long.

Luz Long moriría durante la Segunda Guerra Mundial durante la invasión aliada a Sicilia. Como un homenaje a este gran hombre y gran atleta, fiel a los principios olímpicos, lo incluí como personaje de mi novela «Pingüinos en París».

En el aniversario de su nacimiento hice un post en esta página relatando las virtudes de Luz.

Luz Long en Pingüinos en París

Un amable lectora alemana, que ha resultado ser la nuera de Luz Long, me envío un comentario, que pueden ver en el post, donde corregía mi aseveración de que en 1964 se le había concedido a Long,  a título póstumo, la medalla Pierre de Coubertin

Medalla Pierre de Coubertin

Mi extrañeza no tuvo límites puesto que en muchas páginas en distintos idiomas, tanto las referidas a la medalla como a las de las biografías de Luz Long, mencionan este punto. Puesto en contacto con Mrs Long, me ha asegurado que Luz nunca ha recibido esta medalla a pesar de lo que digan.

Sirva este post para reivindicar que Luz Ling era merecedor de tal distinción y rogar que en todas las páginas de Internet, principalmente las de Wilkipedia, se corrija el error y se anime a las autoridades deportivas a subsanar esta injusticia. Les incluyo la última respuesta de Mrs Long.

Dear Mr. Jordi Siracusa,
thank you very much for your answer to my email and your mentioning the Pierre de Coubertin Medal given in 1964 posthum
to Luz Long???? As you mention it, I believe, that this news you learned from your source:

https://en.wikipedia.org/wiki/Pierre_de_Coubertin_medalhttps://de.wikipedia.org/wiki/Luz_Long

I can assure you, that this news is a fake. I did make the research for our book about Luz Long for five years. I startet very
thoroughly and the first thing was to look in the story, that  the Pierre de Coubertin Medal was given to Luz in 1964. Why,
because my husband, the son of Luz, in 1964 was already 23 years old and he or his Mom Gisela didn’t get any letter, any parcel
and call from the IOC where they have been informed, that Luz was honored with the Pierre de Coubertin medal postume, neither
was there any Sport Gala to present this medal to the Long family. And no one of the Long family was ever in contact
to Mr. Average Brundage at that time President IOC, who was the man, who appoints the athletes for this award.

I got in contact with Mr. Bach/President Deutscher Olympischer Sport Bund and nowadays IOC President, with the archiv IOC,
with German Archives and Organisations, with Mr. Müller who worked in that department. No letter, no call, no proof at all
to give any hint, that Luz Long did ever get the Pierre de Coubertin medal.

On our German website: https://de.wikipedia.org/wiki/Luz_Long
you won’t find any hint for given the Pierre de Couberin medal to Luz. They did efface it on our request, but they told me, they can’t do it on all foreign wikipedia websites. So, for me it is not possible to correct every website, in which some of Luz life is mention in the wrong way. Misinterpretations for instance to earn money with this story or to make their websites more interesting  or to write off from convenience. There are really many motives. We don’t agree, but can’t help it.

Therefore my email was on purpose, to ask you, to mention our book as further scource to wikepedia and others.
Whatever you will read in our book is correct and can be proofed through documents, witnesses, diaries, Original Newspaper from 1936 and from sources out of the family.

And you have to think about our i.e. Luz problem, he will never get the Pierre the Coubertin medal because everyone believes, that he already got this precious award in 1964 posthum!  It’s a pity!

Kind regards

Me permito hacer una traducción del escrito.

 

Estimado Sr. Jordi Siracusa,

Muchas gracias por su respuesta a mi correo electrónico y su mención de la Medalla Pierre de Coubertin otorgada en 1964 póstumamente a Luz Long ??? Como usted lo menciona, creo que esta noticia la tomó de la fuente:

https://en.wikipedia.org/wiki/Pierre_de_Coubertin_medalhttps://de.wikipedia.org/wiki/Luz_Long

Puedo asegurarte que esta noticia es falsa. Hice la investigación para nuestro libro sobre Luz Long durante cinco años. La hice muy a fondo y lo primero fue mirar en la historia de esa Medalla Pierre de Coubertin que se le dio a Luz en 1964. ¿Por qué? porque mi esposo, el hijo de Luz, en 1964 ya tenía 23 años y él o su madre Gisela no recibieron ninguna carta, ningún paquete ni una llamada del COI donde se les informara de que Luz Long fue honrado con la medalla Pierre de Coubertin, ni hubo ninguna Gala Deportiva para presentar esta medalla a la familia Long. Ni nadie de la familia Long tuvo noticias del  Sr. Average Brundage, en ese momento  Presidente  del IOC, y que era el responsable de designar a los atletas para este premio.

Me puse en contacto con el Sr. Bach, Presidente Deutscher Olympischer Sport Bund y hoy Presidente del COI, con el archivo IOC, con Archivos y Organizaciones Alemanas, con el Sr. Müller que trabajó en ese departamento; sin  recibir ninguna carta, llamada o prueba que diera alguna pista, que demostrara que Luz Long recibió en algún momento la medalla Pierre de Coubertin.

En nuestro sitio web alemán: https://de.wikipedia.org/wiki/Luz_Long  no encontrarás ninguna pista sobre la medalla Pierre de Coubertin a Luz. Lo borraron a petición nuestra, pero lamentablemente no pueden hacerlo en todos los sitios web de wikipedia en el extranjero. Por lo tanto, para mí no es posible corregir todos los sitios web, en los que parte de la vida de Luz se trasmite de la manera incorrecta. Existen interpretaciones erróneas de todo tipo, por ejemplo, para ganar dinero con la historia o para hacer que sus sitios web sean más interesantes y para cancelarlo cuando les convenga. Realmente hay muchos motivos. No estamos de acuerdo, pero no podemos evitarlo.

Por lo tanto, mi correo electrónico fue a propósito, para preguntarle y para mencionar nuestro libro como fuente de información adicional para wilkipedia y otros.

Todo lo que leerá en nuestro libro es correcto y puede ser revisado a través de documentos, testigos, diarios, periódico original desde 1936 y desde fuentes al margen  de las familiares.

Y dese cuenta de nuestra sensibilidad sobre este tema, porque Luz  nunca obtendrá la medalla “Pierre de Coubertin” porque todos creen que: ¡Ya  obtuvo este precioso premio en 1964 ! ¡Es una lástima!

Saludos cordiales.

El libro a que se refiere Mrs. Long: Publicado en Abril 2015.  ISBN 978-3-942468-26-8

 

Agradezco a Ragna Long sus comentarios.

 

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La hazaña

 

 

El salto de Long

 

Página de Luz Long:

https://www.facebook.com/LuzLudwigLong/

 

La imagen puede contener: 2 personas, personas sentadas

FOTO DE LA PÁGINA DE LUZ LONG


			

Operación Husky. La invasión de Sicilia en Pingüinos en París.

 

Mañana se cumplirá el 74 aniversario, fue la noche del 9 al 10 de julio de 1943, en plena II Guerra Mundial; empezaba la campaña de Italia. La llamada Operación Husky era la invasión de Sicilia. En “Pingüinos en París” podréis vivir estos momentos a través de sus personajes. Robert Capa, los generales  Patton  y Ridgway; Vincenzo y Alfonso; Vittorio y todos los San Giovanni o el desgraciado comportamiento del capitán John Compton  serán protagonistas de aquella invasión.  En particular el atleta alemán  Luz Long, que perderá su vida en la defensa del aeropuerto de Ponto Olivo.

La invasión comenzó con el lanzamiento de paracaidistas al sur y suroeste de la isla y el desembarco de tropas norteamericanas e inglesas. En las playas de Licata y Gela por el Séptimo Ejército estadounidense al mando del general George Patton y el Octavo Ejército británico en las de Siracusa, al mando del general Bernard Montgomery. El final de la operación terminaría el 12 de agosto con el triunfo aliado y la total conquista de la isla. Sin embargo, los italianos y los alemanes pudieron reembarcar hacia la península más de 100.000 hombres y 100.000 vehículos, por lo que la victoria aliada no fue tan exitosa como esperaba el alto mando y Patton, general en jefe de la expedición, no fue asignado para el asalto continental que recayó en el general Mark Wayne Clark.

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Los generales Patton y Montgomery preparando el asalto.

 

Fragmento de Pingüinos en París:

Robert Capa miró asombrado por la ventanilla, acababa de sa­lir de la oficina de Relaciones Públicas del general Eisenhower en Argel y se dirigía a un aeropuerto situado en un desierto tunecino. Hubiese jurado que aquel grupo de soldados norteamericanos con el que se había cruzado hablaban español. “No puede ser”, pensó. Cuando el jeep sobrepasaba los transportes que conducían a las tro­pas que le habían sorprendido, le pareció ver que algunos de ellos desplegaban una bandera de la República Española. Quiso saltar del vehículo, pero necesitaba llegar a un lugar llamado Kairuán lo antes posible. Por un cúmulo de casualidades, tenía la oportunidad de lanzarse en paracaídas con las primeras unidades que aquella misma madrugada saltarían sobre Sicilia dando comienzo a la inva­sión del sur de Europa.

El jeep se detuvo frente a la tienda del general Ridgway, jefe de la 82ª División Aerotransportada. El general era el típico militar de escuela graduado en West Point, educado y agradable como buen virginiano, y enérgico y decidido como buen luchador. Recibió a Robert con cordialidad y con extremada franqueza.

– Verás, hijo, mi división procede de la infantería, todos mis hombres han tenido que lograr sus alas de salto en pocos meses. Somos la infantería alada – dijo entre risas.

– Mi intención es lanzarme con ellos y hacer un reportaje sobre la invasión.

– ¿Te has lanzado alguna vez en paracaídas?

– Nunca, señor.

– Vaya. Tal vez no sea lo más… ortodoxo exponerle al salto. Volaremos sobre Sicilia seis horas antes de que el general Patton y sus tanques desembarquen. Tomaremos posiciones en la retaguar­dia enemiga, usted irá en el avión de cabeza. Hará todas las fotos que pueda de mis hombres preparándose para saltar y durante el lanzamiento sobre la isla. Luego regresa en el mismo vuelo con el avión y puede enviar sus fotos del primer estadounidense sobre Sicilia, un soldado de mi división…

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 Tropas aliadas en Túnez preparando la operación  Husky

Fragmento de Pingüinos en París:

Los aviones dormitaban brillantes y silenciosos en las pistas del improvisado aeródromo de Kairuán. Capa y los soldados descen­dieron del camión y se dirigieron al aparato principal que encabe­zaba la hilera. Parecían fantasmas envueltos por las sombras de la noche y emparedados entre los dos paracaídas, cubiertos hasta las cejas por sus cascos de acero y portando sus armas en bandolera. Robert también vestía de esa guisa únicamente que de su cuello colgaban las dos cámaras que iba a utilizar. Los dieciocho hombres entraron en el transporte y se sentaron unos frente a otros en las banquetas. Capa se situó en la parte delantera dejando franca la puerta para el momento del lanzamiento. Rugieron los motores y las hélices giraron a la velocidad y en el sentido del destino incier­to. El aparato hizo un giro de 90º y se situó en cabeza de pista. El despegue fue perfecto y las luces interiores se amortiguaron deján­dolos en semioscuridad. Se miraban unos a otros sin decir nada. Capa preparaba su Leica.

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Robert Capa

Fragmento de Pingüinos en París:

No hizo falta anunciarles que sobrevolaban sobre Sicilia. Las explosiones de las baterías italianas y alemanas producían deste­llos de verbena que iluminaban el interior del avión y recortaban el semblante de los soldados pintándoles contraluces en el rostro. Una explosión sacudió al aparato en forma de malavenida. El piloto giró los mandos al divisar la costa siciliana. Pese a las explosiones y a las sacudidas nadie comentaba nada. En el interior de la nave todo era silencio, tan solo roto por los flashes de la Leica de Capa. Algunos comenzaron a vomitar, un olor a agrio se extendió por el avión. Por delante de la flota de transporte, los bombardeos trata­ban de hacer añicos las defensas enemigas. No obstante, restaban piezas antiaéreas en número suficiente para hacerles pasar un mal momento, las balas trazadoras dibujaban resplandores de colores y como en un vals, los pilotos sorteaban los disparos rizando el vuelo hacia espacios menos violentos.

Se encendió la luz de salto. Primero la roja. Los hombres en­gancharon el seguro de las bandas metálicas del paracaídas para provocar la apertura automática. El oficial anunció lo que era ob­vio: “Preparados para saltar”. La luz verde iluminó la puerta de salto. Dieciocho almas volaron hacia la oscuridad. Capa captaba la instantánea de aquellos saltos. Las dieciocho bandas quedaron flo­tando hacia el exterior como serpentinas de una cabalgata. El avión, ya con solo un pasajero, hizo un giro de 180 grados para iniciar el regreso a tierras africanas. La llamada operación Husky estaba en marcha. En diversas zonas de la isla el cielo se llenó de hongos de seda cayendo mansamente sobre las llanuras y peligrosamente sobre los bosques. El viento y la oscuridad reinante no fueron los mejores aliados de los asaltantes, docenas de planeadores se estre­llaron, cayeron en manos del enemigo o se hundieron en el mar. A la 82ª Aerotransportada tampoco le fue fácil, la dispersión de los paracaidistas fue fatal para la reorganización de la división y cien­tos de ellos cayeron en manos de las patrullas italianas.

 

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 Defensas italianas

Fragmento de Pingüinos en París:

A las 2.45 horas de la madrugada las primeras oleadas aliadas pisaban el sábulo siciliano. Los infantes saltaron de las embarca­ciones y fueron recibidos por fuego de ametralladora y morteros. Algunas lanchas habían quedado encalladas entre las rocas y los hombres trataban de ganar a nado la playa. El amanecer coincidió con la llegada de los stuka alemanes y los gavilanes italianos, los Savoia-Marchetti S.M.79, que bombardearon a las flotas de desem­barco. Destructores, dragaminas y transportes aliados recibieron la visita de los pájaros del Eje. Desde Licata en el sur, hasta Augusta en el este, todo era confusión y combate. La 82ª División aero­transportada ya se batía el cobre frente a la 4ª División de Montaña italiana, la “Livorno”.

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Desembarco  en Gela

Fragmento de Pingüinos en París:

La radio de San Giovanni no paraba de trasmitir. Comunicaron a los aliados que una compañía alemana, apoyada por dos Panzer, avanzaba desde Ragusa camino del aeropuerto de Ponte Olivo en Biscari para pillar a la 82ª por retaguardia. Se les ordenó salir a su encuentro y detenerles el máximo de tiempo posible hasta que pu­diesen enviar un par de escuadrillas de ataque. Vincenzo habló con los carabinieri y les entregó de nuevo el control del pueblo.

– Los aliados ya están aquí, no hagáis ninguna tontería, necesi­tamos a todos los hombres. Mantened a mi hermano a Luigi a buen recaudo y a los otros arrestados. Volveremos en cuanto podamos – le dijo Alfonso al cabo.

– Vete tranquilo Alfonso, cuidaremos de todos. También de tus padres.

Alfonso asintió con la cabeza y sonrió. Sabía que sus padres no necesitaban protección, se bastaban por sí mismos. Decidieron es­perar a los alemanes en las afueras de Comiso. Se apostaron entre las ruinas de una granja destruida por la aviación americana. Al cabo de un par de horas, media docena de hombres armados y con indumentaria civil se acercaron. Los partisanos prepararon sus ar­mas. Desde una prudente distancia uno de los que se aproximaban gritó precavido. ¡Alfonso, soy Mario de Ragusa! El pequeño San Giovanni reconoció al hombre que le llamaba, era un vecino de la capital con fama de ser un barón de la mafia. Aquello bastaba para saber que en absoluto tenían nada que ver con los fascistas y así se lo dijo a Vincenzo y al resto de la partida…

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Desembarco de material en las playas de Sicilia. 

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 Fragmento de Pingüinos en París:

Robert Capa había pasado toda la noche colgando de aquel árbol en un bosque de no sabía dónde. Le dolían los hombros de soportar su propio peso sujeto a las correas del paracaídas. Se decía a sí mis­mo que no estaba asustado y que alguno de sus compañeros de salto vendría a por él; se escuchaban cañonazos y disparos lejanos y eso le tranquilizaba porque era una clara señal de que no combatían en las inmediaciones. A pesar de todo, no se atrevía a pedir ayuda por si era escuchado por el enemigo o mal interpretado por los amigos ya que su inglés no era demasiado bueno y su acento demasiado oriental. Permanecía en silencio pensando en las circunstancias que le habían llevado a imitar a aquellos muchachos que fotografiara el día anterior. El general Ridgway le advirtió sobre las dificultades de convertir un soldado de infantería en paracaidista en poco tiempo y también de que los problemas se multiplican al tratar de transfor­mar un periodista en un fotógrafo volador de la noche a la mañana. Cavilando en estas cosas vio llegar el amanecer. Alguien le llamó a través del follaje.

– ¡Eh fotógrafo!, ¿no puedes bajar? – dijo una voz en inglés con acento norteamericano.

– No es eso, me estoy columpiando – respondió Capa, aliviado.

El soldado apareció sonriente entre las ramas superiores, por donde estaban enganchados los correajes y empezó a cortarlos con su cuchillo.

– Sujétese a la rama de abajo, voy a cortar el otro tirante.

Capa pensó que era un consejo obvio y práctico a la vez, por lo que lo siguió sin vacilar. Sintió un gran alivio al pisar tierra firme. Sus rescatadores eran tres de los paracaidistas que habían saltado con él.

– ¿Y el resto? – preguntó, mientras recomponía su atuendo.

– Dispersos. Tenemos que alcanzar el punto de encuentro o en­contrar alguna compañía amiga.

Llegaron a una granja donde fueron recibidos como liberadores. Sacaron un mapa de la región y el dedo arrugado del abuelo sicilia­no marcó un punto en el plano.

– ¡Sperlinga! – dijo, satisfecho de poder ayudarles.

– No estamos lejos de la vanguardia de la división – dijo el res­catador de Capa.

Los habitantes de la granja ofrecieron algo de comida y vino para los libertadores. Trataban de hacerles ver la simpatía que sentían por los norteamericanos. Muchos de sus paisanos habían emigrado en América y luchado entre las tropas aliadas, según les contaban. Los paracaidistas guardaron las viandas en sus macutos. Robert Capa observó los dedos moteados y arrugados del anciano señalando sobre el mapa el camino a seguir y el encuadre fotográ­fico de su cara arrugada, llena de pliegues y viejas sonrisas. Su Leica inmortalizó aquel rostro y aquella vestimenta campesina de pantalón holgado y cordel al cinto. El pequeño grupo reanudó su marcha camino de una colina rocosa que guardaba la carretera que conducía a Gangi.

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Foto Capa

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 Soldados británicos en Catania.

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Los norteamericanos entrando en Palermo.

 

El 180 Regimiento de la 45 ª División de Infantería norteamericana recibió la orden de tomar el aeropuerto de San Pedro. En el camino, una tonelada de proyectiles cayó sobre ellos. La sorpresa fue total porque el ataque provenía de su propia retaguardia. Los buques de la marina los machacaban lanzando su ciego fuego más allá de las defensas costeras. Los radiotelegrafistas pudieron enviar su mensaje aclaratorio pero dos docenas de infantes yacían despedazados por el fuego amigo. La indignación de la tropa fue inmensa.
El capitán John Compton les arengó con la rabia reflejada en el rostro. “No es culpa de la marina, los verdaderos culpables, los que de verdad han matado a nuestros compañeros están allí enfrente y mañana recibirán su merecido”, les dijo. Enterraron a sus muertos pensando únicamente en la venganza.
A la mañana siguiente, los soldados del 180 estaban deseosos de entrar en combate. Compton se dirigió de nuevo a su compañía.
“Recordad las palabras del general” – dijo refiriéndose a lo predicado por George Patton antes del comienzo de la invasión: “Cuando un fascista o un nazi se rindan apuntad entre la cuarta y quinta costilla y disparad.”
Avanzaron hacia una colina protegida por un búnker. Ya en sus cercanías tabletearon las ametralladoras de los defensores, sin demasiado éxito. Los asaltantes se pegaron al suelo y comunicaron la posición del recinto defensivo a su aviación. A los pocos minutos varios aparatos lanzaban sus bombas sobre el reducto y al atardecer sus defensores, entre ellos Luigi, abandonaban el búnker, eran cerca de cuarenta italianos y cuatro alemanes con los brazos en alto y enarbolando un pañuelo blanco. Compton y sus hombres les apresaron de inmediato. Les hicieron quitarse los zapatos y algunos soldados americanos les birlaron los pocos objetos de valor que llevaban. Compton ordenó que se alinearan. Mientras, un par de ametralladoras eran fijadas sobre la tierra con la frialdad de una práctica de tiro. Los prisioneros se miraban unos a otros incrédulos y atemorizados. Los disparos les pillaron casi de sorpresa. A la primera andanada Luigi y dos hombres huyeron colina abajo; el capitán sacó su pistola y disparó dos veces contra Luigi que cayó como un saco, los otros dos escaparon por el arroyo de Ficuzza. Los demás, caídos sobre la tierra en posturas de horror y de pasmo, permanecían inmóviles sobre el terreno con sus camisas negras empapadas de sangre. Compton remató a los que todavía vivían con la frialdad y eficacia de un asesino. Entre el túmulo de los ejecutados alguien parecía respirar todavía, era uno de los alemanes. Compton se acercó al agonizante de pelo rubio, rostro simétrico y cuadrado perceptible a pesar de la sangre que resbalaba sobre él; las balas del revólver del norteamericano se habían acabado, pidió a uno de sus hombres un fusil y le disparó al herido en la cabeza. La venganza había sido consumada. Compton se quedó un momento extasiado mirando el cadáver. Los canallas tienen tanto de imbéciles como de crueles.
Después de doce agotadoras jornadas desde el inicio de la invasión, los norteamericanos entraban en Palermo y Capa con ellos, fotografiando por doquier el entusiasmo de la población. Parecía una capital liberada del enemigo cuando en realidad su ejército había sido derrotado por aquellos sonrientes jóvenes que, a bordo de sus carros de combate y de sus jeeps, eran abrazados por los sicilianos que les daban la bienvenida.