Escenas de la liberación de París, como las cuento en mi novela.
Escenas de la liberación de París, como las cuento en mi novela.
Capa es uno de los personajes principales de mi novela Pingüinos en París. Su relación con Gerda y con la fotografía – sus dos grandes amores – son instantes de que aparecen entre las páginas del libro, como surgen las mágicas instantáneas de su cámara.
El 22 de octubre de 1913 nacía en Budapest y un 25 de mayo de 1954 moría en Thái Bình, entonces Indochina francesa y hoy República de Vietnam. Su última foto la hizo aquel mismo día antes de pisar la mina asesina.

Son conocidas y admiradas muchas de sus fotografías. En otras entradas de esta misma página aparecen unas cuantas.
Primera parte: Fotos primeras y Guerra Civil Española
Segunda parte: Fotos Segunda Guerra Mundial
Tuve ocasión de visitar en París el apartamento de Gerda y Robert. Podéis ver las fotos de Ana Elisa Martínez
El apartamento de Gerda y Robert Capa
Algunas de sus últimas fotos:

Robert Capa por Henri Cartier Bresson (1953)

En el baño, leyendo a Simenon. Foto Magnum

Con Steinbeck. Autorretrato.

De bailoteo en Hollywood. Magnum fotos.

Con «Chim» Seymour. Foto de Henri Cartier Bresson.
Algunas de los momentos de la liberación de París que aparecen en la novela:
Amado Granell en Pingüinos en París. Fragmento de la novela.
Fue el teniente Amado Granell quien les comunicó que partían aquella mañana para Temara, una playa atlántica del Marruecos francés, cercana a Rabat, donde los americanos les entregarían los nuevos uniformes, los vehículos y las armas con que estaría dotada la división y que tan bien ya conocían. Frente a él estaban formados los ciento sesenta componentes de la compañía, en sus manos llevaba un puñado de pequeñas banderas republicanas.
– Os he traído para cada uno de los españoles una insignia republicana para que la cosáis en el nuevo uniforme. Así sabrán con quien se las van a ver.
– Olé tus “güevos” – contestó el gaditano Manuel Lozano. Los demás se echaron a reír y aplaudieron el gesto de su teniente.
Al día siguiente la Deuxième Division Blindée llegaba a Temara; la temperatura era muy alta, a pesar de que la brisa atlántica y los bosques al sur de la ciudad la atenuaban. Aquel martes 24 de agosto se tomaría como la fecha de la creación oficial de la división, no lo sabían pero era toda una premonición.
Los M4 Sherman bajaron majestuosamente por las rampas de las barcazas, mientras sus futuros servidores se hacían cargo de ellos con la ilusión de un niño a quien le acaban de regalar un juguete de treinta toneladas. Los semiorugas no defraudaron, las pruebas realizadas en el desierto habían demostrado a los batallones mecanizados la multifuncionalidad de los half – track. Los rápidos y versátiles jeeps, los potentes camiones GMC y las camionetas Dodge les parecieron una maravilla. La Nueve se hizo cargo de sus vehículos entre la alegría y las expresiones castizas. Se sentían ya una unidad de infantería motorizada dispuesta a todo. Ahora había que hacerse con el material, convertirse en centauros de la mecánica y de las orugas tractoras, en expertos apuntadores y artilleros, en parte del engranaje de las máquinas de guerra. La preparación debería ser larga y paciente, hasta establecer la perfecta simbiosis entre hombres e instrumentos. Los españoles se enfundaron en sus nuevos uniformes, iguales al de otras unidades de infantería norteamericana.
Muchos se cosieron en las cazadoras la bandera que les diera en Djidjelli, Amando Granell.






Los paisanos que han salido al encuentro de la cabeza de la compañía, advierten a Granell que parte de la avenida de Italia está ocupada por unidades del ejército alemán y muchas calles están batidas por el fuego enemigo; entonces decide desviarse por la rue Baudricourt. La columna atraviesa la place Nationale y giran por la calle del mismo nombre. Dronne ordena entonces dirigirse al ayuntamiento. Algunos miembros de la Resistencia les saludan alborozados, hace ya demasiados días que luchan solos para liberar la capital. Robert Millet, un abogado norteamericano residente en la ciudad, ve aparecer al Santander frente al portal de su casa en la plaza Pinel, reconoce los uniformes y les grita en inglés creyendo que son compatriotas. ¡Welcome boys! ¿Yankee? le preguntan, el americano sonríe y afirma con la cabeza. “Nosotros somos españoles”,
contesta Sanchís para sorpresa del abogado. A la altura de la rue Squirol las gentes les abrazan y empiezan a entonar la Marsellesa,
Hugo les acompaña en sus cantos revolucionarios, siente que sus recuerdos de infancia vuelven transportados por el tiempo y acunados por las palabras de su padre: Es la tierra de la Libertad…
El teniente Granell atraviesa el primero con su automóvil Tatra el puente de Austerlitz para asegurarse de que no está minado y llega a las cercanías del ayuntamiento parisino; informa que, al parecer, el edificio ha sido ya tomado por la Resistencia
y que no hay alemanes a la vista. Dronne y el resto van en su pos, desde una ventana arrojan flores sobre el jeep de mando, la alsaciana se asusta, podría haber sido una bomba. Siguiendo a Dikran atraviesan a su vez el puente de Austerlitz, cruzan el Sena, llegan al boulevard Henry IV y protegidos por los muelles fluviales desembocan
en la place de l’Hôtel de Ville. Se escuchan detonaciones lejanas. El peculiar ruido de las orugas parece acompasar los gritos de la población, es un run run que parece gritar algo así como: libertad, libertad. Se escucha el tableteo de una ametralladora, al final de la calle un par de confiados civiles caen heridos sobre el pavimento. Los “cosacos” responden al fuego haciendo enmudecer los fusiles alemanes. Están más que preparados, ansiosos de revancha,de ganar esta guerra para poder olvidar la que perdieron en su patria; han luchado en tantos frentes que ni siquiera recuerdan los nombres, pero sí cada rostro amigo o enemigo que han visto morir, o eso imaginan en sus pesadillas.
Las campanas empiezan a tocar, el gran Bourdon de Nuestra Señora responde a sus hermanas. Cantan a la liberación. ¡París libéré!, gritan las gentes, los componentes de la columna sienten el amparo del pueblo, algunos lloran emocionados. La avanzadilla llega a la plaza, el primero es el Guadalajara; una joven parisina de doradas trenzas se sube al half – track y besa en los labios a Juan Rico, él la corresponde entusiasmado. Los otros semiorugas que siguen al Guadalajara toman posiciones para evitar un ataque alemán. Las gentes les abrazan y vitorean. El reloj de la fachada marca una hora histórica las 21.22.


Fragmento de Pingüinos en París
En aquel mismo momento y en la plaza del ayuntamiento, Dronne distribuía a sus hombres. El periódico Libération publicaba en su portada un titular con la leyenda de Ils sont arrivés, acompañada de una foto de Granell con Bidault y el prefecto de París, y en cuyo pie rezaba: “El prefecto de la ciudad felicitando a un oficial de la División Leclerc” y se destacaba a Granell como “le premier soldat américain”; difícil encontrar una ciudad norteamericana llamada Burriana.
Pasado un cuarto de hora de las nueve de la mañana, la prefectura parisina pidió a Dronne que liberara la central telefónica de la rue des Archives, situada a menos de cien metros de la plaza. Trazaron un plan. El capitán ordenó a Granell permanecer en el ayuntamiento y en principio dispuso que Hugo asaltara el edificio de la telefónica desde la rue du Temple, mientras Michard con Garcés lo harían por la rue des Archives; pero cambió de opinión y envió a Elías a la telefónica, ordenando a Hugo que tratara de capturar al Estado Mayor alemán en el Maurice.

Fragmento de Pingüinos en París
Amado Granell con su sufrido Tatra 57 K encabezaría al resto de los semiorugas de la compañía capitaneados por Hugo. Todo un honor para La Nueve. Detrás, un grupo de jeeps conduciría a los periodistas y fotógrafos.
La escolta se puso en marcha. Desfilaron entre vivas y ovaciones de los ciudadanos y de los resistentes de las FFI convertidos en activos espectadores. Los cantos de la Marsellesa repetían: “Libertad, libertad querida…”, y los feroces soldados de La Nueve marchaban por la Avenida de los Campos Elíseos. Los días de gloria habían llegado. Entre el público alguien desplegó una bandera republicana española de veinte metros. La emoción recorrió la médula espinal de aquellos hombres. “¡París, Berlín, Barcelona… Madrid!”, empezaron a gritar. Era la esperanza de los hijos de otra patria, lejos de sus casas, con el solo deseo de volver y echar al dictador de sangre impura. Los Guernica, Teruel, Guadalajara, Madrid, Ebro o España Cañí no pedían venganza sino justicia. Capa iba captando instantáneas de la emoción popular, de las caras de alegría y los rostros
de felicidad. Disparaba y disparaba la Contax, que tanto había visto por su obturador y que, sin embargo, seguía asombrándose del poder de expresión de los humanos, capaces de dibujar en sus miradas el estado de sus almas. Fotos de De Gaulle sonriendo a una multitud enfervorizada, de paisanos entusiasmados, de gendarmes impotentes para contener a la gente, de mujeres jóvenes y no tan jóvenes, encaramándose a los vehículos para besar a los soldados. No era el único, docenas de fotoreporteros dejaron constancia del paso de los vehículos de La Nueve bajo el Arco del Triunfo. Las futuras generaciones tendrían que cantarlo algún día, al igual que las contemporáneas lo festejaban hoy. París era libre, gracias a muchos y al arrojo de unos cuantos.
Continuará…